Juan 3:16

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.

Jeremías 29:11

Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.

Filipenses 4:13

Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.

Romanos 8:28

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.

Filipenses 4:6

Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.

Romanos 12:2

No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

Proverbios 3:5

Fíate de Jehová de todo tu corazón,
Y no te apoyes en tu propia prudencia.

1 Corintios 13:4

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece.

Salmos 23:4

Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.

Proverbios 3:6

Reconócelo en todos tus caminos,
Y él enderezará tus veredas.

Oración del Scout

Señor, 
enséñame a ser generoso,
a servirte como lo mereces,
a dar sin medida,
a combatir sin miedo a que me hieran,
a trabajar sin descanso
y a no buscar más recompensa
que el saber que hago tu santa voluntad. 

Oración del Rover

Dame Señor,
un corazón vigilante,
que ningún pensamiento vano me aleje de Ti;

un corazón noble,
que ningún afecto indigno rebaje;

un corazón recto,
que ninguna maldad desvie;

un corazón fuerte,
que ninguna pasión esclavice;

y un corazón generoso,
para servir.

Dios Escucha Nuestras Oraciones

A él clamé con mi boca… Ciertamente me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica. – Salmo 66:17, 19.

He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. – Filipenses 4:11.

El primer versículo arriba citado expresa el agradecimiento hacia Dios por parte de una persona que atravesó una prueba muy dolorosa. No conocemos las situaciones que padeció, ni siquiera sabemos de quién se trata. Este caso es un ejemplo entre muchos otros, y es frecuente. Tal vez sea el del lector: usted se halla en una situación muy difícil. Le parece que todo está en su contra y no sabe cómo arreglárselas. Entonces hay un recurso: la oración. Por eso el autor del salmo escribió: “Me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica”.

Es extraordinario: el Dios creador, todopoderoso, justo y santo, escuchó y contestó. Es una experiencia que hemos hecho personalmente y a menudo. Él presta atención hasta a la voz de nuestra súplica; es decir, no necesita que le expliquemos cuál es nuestro estado ni nuestra situación. Él nos ve y nos conoce.
Si el autor del Salmo 66 hubiese acariciado el mal en su corazón, el Señor no le “habría escuchado” (v. 18). Pero consciente de sus pecados se atreve a pedir el socorro de Dios. Tanto él como todos nosotros somos pecadores, pero felizmente Dios nos ama y dio a su Hijo para que nuestros pecados fueran borrados. Pero para gozar de este privilegio es necesario depositar nuestra fe en la obra de Cristo. Finalmente, no olvidemos agradecer siempre a Dios por su ayuda y decir como el afligido del salmo: “Bendito sea Dios, que no echó de sí mi oración, ni de mí su misericordia” (v. 20).

Como amar a un ser humano

Amar a un ser humano es aceptar la oportunidad de conocerlo verdaderamente y disfrutar de la aventura de explorar y descubrir lo que guarda más allá de sus máscaras y sus defensas; contemplar con ternura sus más profundos sentimientos, sus temores, sus carencias, sus esperanzas y alegrías, su dolor y sus anhelos; es comprender que detrás de su careta y su coraza, se encuentra un corazón sensible y solitario, hambriento de una mano amiga, sediento de una sonrisa sincera en la que pueda sentirse en casa; es reconocer, con respetuosa compasión, que la desarmonía y el caos en los que a veces vive son el producto de su ignorancia y su inconsciencia, y darte cuenta de que si genera desdichas es porque aún no ha aprendido a sembrar alegrías, y en ocasiones se siente tan vacío y carente de sentido, que no puede confiar ni siquiera en sí mismo; es descubrir y honrar, por encima de cualquier apariencia, su verdadera identidad, y apreciar honestamente su infinita grandeza como una expresión única e irrepetible de la vida.

Amar a un ser humano es brindarle la oportunidad de ser escuchado con profunda atención, interés y respeto; aceptar su experiencia sin pretender modificarla sino comprenderla; ofrecerle un espacio en el que pueda descubrirse sin miedo a ser calificado, en el que sienta la confianza de abrirse sin ser forzado a revelar aquello que considera privado; es reconocer y mostrar que tiene el derecho inalienable de elegir su propio camino, aunque éste no coincida con el tuyo; es permitirle descubrir su verdad interior por sí mismo, a su manera: apreciarlo sin condiciones, sin juzgarlo ni reprobarlo, sin pedirle que se amolde a tus ideales, sin exigirle que actúe de acuerdo con tus expectativas; es valorarlo por ser quien es, no por como tú desearías que fuera; es confiar en su capacidad de aprender de sus errores y de levantarse de sus caídas más fuerte y más maduro, y comunicarle tu fe y confianza en su poder como ser humano.


Amar a un ser humano es atreverte a mostrarte indefenso, sin poses ni caretas, revelando tu verdad desnuda, honesta y transparente; es descubrir frente al otro tus propios sentimientos, tus áreas vulnerables; permitirle que conozca al ser que verdaderamente eres, sin adoptar actitudes prefabricadas para causar una impresión favorable; es exponer tus deseos y necesidades, sin esperar que se haga responsable de saciarlas; es expresar tus ideas sin pretender convencerlo de que son correctas; es disfrutar del privilegio de ser tú mismo frente al otro, sin pedirle reconocimiento alguno, y en esta forma, irte encontrando a ti mismo en facetas siempre nuevas y distintas; es ser veraz, y sin miedo ni vergüenza, decirle con la mirada cristalina, "este soy, en este momento de mi vida, y esto que soy con gusto y libremente, contigo lo comparto... si tú quieres recibirlo".


Amar a un ser humano es disfrutar de la fortuna de poder comprometerte voluntariamente y responder en forma activa a su necesidad de desarrollo personal; es creer en él cuando duda de sí mismo, contagiarle tu vitalidad y tu entusiasmo cuando está por darse por vencido, apoyarlo cuando flaquea, animarlo cuando titubea, tomarlo de las manos con firmeza cuando se siente débil, confiar en él cuando algo lo agobia y acariciarlo con dulzura cuando algo lo entristece, sin dejarte arrastrar por su desdicha; es compartir en el presente por el simple gusto de estar juntos, sin ataduras ni obligaciones impuestas, por la espontánea decisión de responderle libremente.


Amar a un ser humano es ser suficientemente humilde como para recibir su ternura y su cariño sin representar el papel del que nada necesita; es aceptar con gusto lo que te brinda sin exigir que te dé lo que no puede o no desea; es agradecerle a la vida el prodigio de su existencia y sentir en su presencia una auténtica bendición en tu sendero; es disfrutar de la experiencia sabiendo que cada día es una aventura incierta y el mañana, una incógnita perenne; es vivir cada instante como si fuese el último que puedes compartir con el otro, de tal manera que cada reencuentro sea tan intenso y tan profundo como si fuese la primera vez que lo tomas de la mano, haciendo que lo cotidiano sea siempre una creación distinta y milagrosa.


Amar a un ser humano es atreverte a expresar el cariño espontáneamente a través de tu mirada, de tus gestos y sonrisas; de la caricia firme y delicada, de tu abrazo vigoroso, de tus besos, con palabras francas y sencillas; es hacerle saber y sentir cuánto lo valoras por ser quien es, cuánto aprecias sus riquezas interiores, aún aquellas que él mismo desconoce; es ver su potencial latente y colaborar para que florezca la semilla que se encuentra dormida en su interior; es hacerle sentir que su desarrollo personal te importa honestamente, que cuenta contigo; es permitirle descubrir sus capacidades creativas y alentar su posibilidad de dar todo el fruto que podría; es develar ante sus ojos el tesoro que lleva dentro y cooperar de mutuo acuerdo para hacer de esta vida una experiencia más rica y más llena de sentido.


Amar a un ser humano es también atreverte a establecer tus propios limites y mantenerlos firmemente; es respetarte a ti mismo y no permitir que el otro transgreda aquellos que consideras tus derechos personales; es tener tanta confianza en ti mismo y en el otro, que sin temor a que la relación se perjudique, te sientas en libertad de expresar tu enojo sin ofender al ser querido, y puedas manifestar lo que te molesta e incomoda sin intentar herirlo o lastimarlo. Es reconocer y respetar sus limitaciones y verlo con aprecio sin idealizarlo; es compartir y disfrutar de los acuerdos y aceptar los desacuerdos, y si llegase un día en el que evidentemente los caminos divergieran sin remedio, amar es ser capaz de despedirte en paz y en armonía, de tal manera que ambos se recuerden con gratitud por los tesoros compartidos.


Amar a un ser humano es ir más allá de su individualidad como persona; es percibirlo y valorarlo como una muestra de la humanidad entera, como una expresión del hombre, como una manifestación palpable de esa esencia trascendente e intangible llamada "ser humano", de la cual tú formas parte; es reconocer, a través de él, el milagro indescriptible de la naturaleza humana, que es tu propia naturaleza, con toda su grandeza y sus limitaciones; apreciar tanto las facetas luminosas y radiantes de la humanidad, como sus lados oscuros y sombríos; amar a un ser humano, en realidad, es amar al ser humano en su totalidad; es amar la auténtica naturaleza humana, tal como es, y por tanto, es amarte a ti mismo y sentirte orgulloso de ser una nota en la sinfonía de este mundo.

El yo y sus exigencias


Todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús.Filipenses 2:21.

Habrá hombres amadores de sí mismos.2 Timoteo 3:2.

«Yo», pequeña palabra de dos letras, está fundada sobre tres pilares llamados egoísmo, orgullo y voluntad propia. El yo en los demás es fácil de identificar, y no tenemos problemas para juzgarlo. Creyentes, aprendamos a reconocerlo cada vez que aparezca en nosotros, y rechacemos sus exigencias para que ceda el lugar al Señor Jesús, a su amor y a sus derechos.

Pablo, mediante una verdad manifiesta, hace el retrato moral del hombre de los últimos tiempos (2 Timoteo 3:2-7). El primer rasgo es el egoísmo, del que a fin de cuentas proceden todas las tristes tendencias enumeradas a continuación: la avaricia, la ingratitud, etc. ¡Cuán humillante es para los creyentes mostrar tan a menudo ese miserable egoísmo, en vez del verdadero amor divino que no piensa en sí mismo! No debo esperar de mi prójimo manifestaciones de amor; al contrario, la Biblia me exhorta a que sea yo quien le manifieste amor. El amor se pone al servicio de los demás, mientras que al egoísmo le gusta ser servido.

En Cristo, al contrario, ni un acto ni una palabra estaban dictados por el egoísmo. No sólo no “se agradó a sí mismo” (Romanos 15:3), sino que se dio a sí mismo por nosotros, para limpiarnos de nuestros pecados. A todo el que cree en Jesús, él da la vida eterna y le muestra el camino para seguirle. Contemplar a Jesús e imitarlo, en vez de estar ocupado de mi reputación, es el único remedio eficaz contra mi horrible egoísmo.

El Desprecio

He aquí que Dios es grande, pero no desestima a nadie; es poderoso en fuerza de sabiduría.Job 36:5.

Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey.1ª Pedro 2:17.

«El desprecio es más cotidiano que el pan», constata el humanista argelino Noureddine Aba. Un proverbio indio declara: «El dardo del desprecio perfora el caparazón de la tortuga». Esto ilustra bien el mal que podemos hacer al prójimo despreciándolo. Ese sentimiento trae consigo el dominio, la intolerancia, las violencias del racismo, los actos de crueldad…

Los ejemplos de personajes menospreciadores no faltan en la Biblia, y siempre son hombres opuestos a Dios. Goliat, por ejemplo, ese gigante que desafiaba las tropas alineadas de Israel, cuando vio que David, el joven elegido por Dios, se le acercaba, lo despreció y se burló de él. Pero David, con una destreza recibida de Dios, mató al gigante que se creía invencible (1° Samuel 17:41-54).

Creyentes, recordemos que el desprecio es una forma de orgullo producida por nuestro corazón malo (Marcos 7:21-22). Cada uno de nuestros semejantes es, como nosotros, creado a imagen de Dios, y por ello merece nuestro respeto y aprecio. Imitemos nuestro modelo, al Señor Jesús, quien se hizo hombre para acercarse a nosotros, y no temió simpatizar con los marginados y despreciados (Mateo 9:10-13; 11:19). Recordemos también que, en su sabiduría, “lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1ª Corintios 1:27-29).

Fuente: http://bit.ly/VHLubm

Suelta las Ataduras

Sois esclavos de aquel a quien obedecéis.Romanos 6:16.

Si el Hijo (de Dios) os libertare, seréis verdaderamente libres.Juan 8:36.

Todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.1ª Corintios 6:12.

Se cuenta que cierto herrero de la Edad Media se ufanaba de hacer cadenas que nadie podía romper. Un día él mismo fue encarcelado y encadenado por el delito de traición. El hábil herrero ¿lograría encontrar una falla en sus cadenas? ¡Qué desesperación! ¡Estaba atado por las cadenas que él mismo había fabricado!

Velemos, nosotros también, para no forjar nuestras propias cadenas. El joven que se echó a los pies de Jesús estaba lleno de buenos sentimientos, a tal punto que “Jesús, mirándole, le amó”. Pero se había dejado atrapar por una cadena que no pudo romper: el amor a las riquezas (Marcos 10:17-22). Judas amaba el dinero, y por algunas monedas entregó a Jesús, su Maestro (Mateo 26:15). Salomón, un hombre dotado de una gran sabiduría, se dejó atar por otra cadena: el amor de muchas mujeres, las cuales desviaron su corazón hacia sus dioses (1° Reyes 11:1-8).

Algunas “cadenas” aparecen inmediatamente pesadas, como el alcohol o la droga; otras son como collares que da gusto llevar: la ambición en todos los ámbitos, el ocio, la búsqueda del confort… Son ligeras, nos parecen fáciles de romper, pero cuando acaparan nuestra vida, si no tenemos cuidado, pueden volverse pasiones que nos esclavizan. Si nos hemos dejado apresar por alguna cadena, clamemos a Jesús, el único que puede liberarnos.

Fuente: http://bit.ly/Wq4vih

Aclaración

Este Blog no tiene fines de lucro, ni propósitos comerciales, el único interés es compartir los gustos y las preferencias de su autor, con personas afines. Julio Carreto. Predicador